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Mostrando las entradas etiquetadas como Semblanzas

Los "Caracteres" de José Bergamín

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La semblanza, según el profesor y crítico literario Domingo Ródenas, es un género de ejecución lenta pero de reconocimiento fulminante. Requiere observación y capacidad para convertir lo que vemos y trasladarlo a imaginación tropológica, analógica, significativa y brillantez verbal. La información que uno recibe en poco tiempo es mucha. Es un género sin modelos, técnicas o estrategias. Comparte rasgos con el aforismo y el epigrama, pero el retrato responde a una captación de la presencia física (prosopografía) y del talante de un personaje (etopeya).  Un buen ejemplo es el librito de semblazas, titulado Caracteres, de José Bergamín (1895-19839), quien comenzó su carrera literaria en varias revistas literarias, como Índice, revista de Juan Ramón Jiménez, poeta que lo apadrinó en la publicación de El cohete y la estrella (1923). Otras colaboraciones fueron en las revistas Verso y prosa, Litoral, La Gaceta Literaria. Y es en 1926 cuando publica Caracteres, su recopilación de retratos o

JUAN MARSÉ por JUAN MARSÉ. Autorretrato.

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  El rostro, magullado y recalentado, acusa diversas y sucesivas estupefacciones sufridas a lo largo del día, y algo en él se está desplomando con estrépito de himnos y banderas. Este sujeto, sospechoso de inapetencias y como desriñonado, podría ilustrar no solo una manera de vivir, sino también la naturaleza social del mundo en que uno vive: mientras el país no sepa qué hacer con su pasado, jamás sabrá qué hacer con su futuro. De ahí la pupila descreída y la estatura escasa, escépticos los hombros, incierta la sonrisa y oscuros sus designios. Avanza cabizbajo y patizambo y con una leve cojera en la pierna derecha, tan leve que tampoco ella tiene posibilidades de futuro, y ni siquiera es elegante. Hay en los ojos harapientos, arrimados a la nariz tumultuosa, una soñolienta nostalgia del payaso de circo que siempre quiso ser. Es fláccida la encarnadura facial, quizá porque la larga hibernación intelectual y muscular, el aburrimiento, el alcohol y la luctuosa telaraña de casi cuarenta añ

Hoy he visto a Juan Villoro

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Hoy ya es ayer; o mejor, hoy será un día de este ya casi olvidado verano.   Había pasado toda la mañana en la Biblioteca de Catalunya intentando poner al día el correo, atrapar la inspiración y terminar la propuesta de trabajo del taller: escribir un artículo sobre el futuro del libro y el escritor. Cuando volvía a casa en moto, en el cruce entre la calle Consell de Cent y Roger de Llúria , vi a Juan Villoro, el escritor . En un primer momento casi lo atropello porque perdí el control de la moto por unos segundos. Además, casi provoco un accidente porque ante mi asombro, giré peligrosamente la cabeza hacia él para asegurarme de que aquella era la barba de Juan.   Estuve a punto de llamarle, de gritar Juan, Juan; pero de nuevo doña timidez   me enmudeció y me condujo a tirones calle arriba. El escritor, ajeno a todo, alcanzó impasible el otro extremo de la cebra. Vestía felizmente una camisa de flores sobre camiseta y portaba una bolsa de la librería La Central en la mano.

Recordando a Carmen M. Gaite

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"La edad de la obviedad" o de la añoranza de interlocutor ____________________________________________________ C armen Martín Gaite, Juan Benet, Correspondencia . Edición de José Teruel. Galaxia Gutenberg. Círculo de Lectores. 2011     La primera idea que me atrapa al leer estas páginas, viene de Juan Benet, cuando habla de la relación entre el sujeto y los objetos o las personas importantes para él, y nos habla de las tres edades de la voluntad (62-75); entre ellas, la primera, “la edad de la obviedad ”.     Este sintagma nominal de suave aliteración desprende musicalidad y me lleva a pensar en la primera juventud, aquella en la que hasta los amigos y los amores aparecen sin justificación, sin previa intelectualización.      En el libro de Carmen M. Gaite, El cuento de nunca acabar vuelve a aparecer este motivo de las edades, relacionadas ahora con la añoranza de un interlocutor verdadero para cada una de ellas. Distingue entre los falsos interlocu

Ana María Matute

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ANA MARÍA MATUTE (1925-2014) Aparece en una enorme silla de ruedas, se diría que le queda grande para tan delicados ochenta y muchos años. La vida se le ha adelgazado pero el flamante premio Cervantes otorga un halo de elegancia a su frágil estructura ósea. Avanza entre la gente con su mirada infantil de asombro. Todo está preparado en la sala de columnas donde tendrá lugar el acto: los focos, las sillas, el agua y el público, ávido de historias y de sosiego. Ella cruza sus manos sobre el regazo mientras le ponen el micrófono y cierra los ojos en un gesto decoroso y colaborador. Su cuerpo menudo es ahora el centro de todas las miradas. En la cara de Ana María los surcos dibujan, a modo de cartografía de la experiencia, los órganos de los sentidos. Los ojos son de agua, grandes, casi se desbordan de los pliegues que los abrigan. La mirada tiene chispa, como un resplandor (ese que además es su palabra favorita). Dice que hay personas que lo tienen y otras no. No ha