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Luz de mi vida

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   L a tarde en que por fin ella asintió al oír su nombre en el aula, pudo comprobar que en persona, Marlés irradiaba un porte elegante, con cierto aire de tristeza. Pelo largo y liso, color miel, con la raya en el centro. A destacar las pestañas, muy largas, claras y elevadas como en espiral.  La piel muy clara, casi transparente si no fuera por las pecas que salpican su rostro y sugieren geométricas formas que el dedo índice del profesor traza en un dibujo imaginario cuando la acaricia.  Tomás se quedó por unos segundos en silencio, sin atinar a continuar con la lista de asistentes, como perdido.     Ese día cambió para siempre el sentido de su existencia.   Y el caso es que no le atrajo de Marlés su atractivo erótico o sexual, que lo tenía sin duda, sino una extraña atracción de calidez, de melancolía, de estar en otro plano de la realidad. Tras algunos intentos de acercamiento con excusas banales, decidió que ya había llegado la hora de proponerle algo. Quedaron para c