El doble sin rostro
Sube al taxi un hombre de mediana
edad, lleva traje y corbata bien coordinados con los zapatos; o mejor dicho,
con el único zapato que Mario puede ver de refilón desde su espejo retrovisor y
en el que advierte contrariado restos de barro. Por un momento sufre angustia
por la alfombra trasera. Sin duda, quedarán manchas. Le indica la
dirección y Mario se vuelve de repente; le ha llamado la atención su voz, una
voz que le resulta familiar. Le observa ahora más detenidamente en su espejo
cómplice. Es una persona conocida, tal vez un colaborador en tertulias
radiofónicas.
Sí, en efecto se trata de
un escritor y periodista con cara soñolienta y nombre singular que ha llegado a
Barcelona para firmar libros el próximo sábado, día de Sant Jordi. Intenta decirle que le conoce, pero en ese mismo
instante el escritor empieza a hablar. Le pregunta por el tiempo que hizo ayer,
que si hoy parece que está más despejado, que si a ver si se mantiene para el
sábado y remata con el tópico de que la humedad de Barcelona se le mete en los
huesos y le duelen más. Él es de Burgos y allí el invierno se alarga hasta
finales de abril pero la primavera y el verano son mucho menos húmedos que aquí.
Le agobian los días como hoy, cuando el sudor del primer bochorno no se separa de
uno. Mario hace ver que ya no le escucha, no quiere detenerse en la imagen del
sudor mojado y cálido. Le produce repugnancia. Vuelven a su mente los
pensamientos de siempre y busca nervioso entre las piernas la bola de papel de
plata para apretarla con fuerza. Se relaja y consigue pensar en otra cosa.
El
escritor de Burgos le confiesa mientras circulan por la calle Aribau que
tiene que firmar ejemplares de su libro el día 23, por orden expresa de
su editor y aprovechar así el tirón de la radio y la popularidad que le
confiere, que no están los tiempos para derrochar oportunidades; que en
realidad, siente pánico, que debe transformarse en otro, en alguien distinto y
que se queda siempre con la sensación de que engaña a sus lectores.
Le confiesa
que suele practicar en estos casos el juego del doble sin rostro. Se convierte
en un doble de sí mismo para enfrentarse al público lector que, atraído por una
voz conocida desea ponerle rostro cuanto antes. Su doble sonríe, saluda, firma
dedicatorias de sus libros y escucha paciente.
¿Por qué le cuenta todo esto? Si
es tan tímido, que se calle de una vez.
Comentarios
Publicar un comentario