La hora regalada


 
Hoy es domingo 27 de octubre, los relojes apenas estrenan minutos de invierno. Mi tren entra en la estación de Sants con algo de retraso, con la extrañeza del cambio horario, con la incertidumbre de si  llegaré a la hora señalada de hoy o de ayer, último día del horario de verano. Con veinticinco horas por delante, el día promete mucho futuro.
 
Llego a una ciudad todavía dormida y dispongo de tiempo suficiente para tomar un café y ojear mi columna semanal en El Universal. La sorpresa es que mi columna ha cambiado de firma.

Mi columna no es una columna sino que es un artículo a doble página cuyo titular expresa la fulminante decisión de retirarme del “mundanal ruido”: El escritor Javier Talens clausura su trayectoria literaria. Un amplio artículo que habla sobre la inseguridad del creador ante su obra, según adquiere más experiencia, de la angustia ante el propio juicio y no tanto ante el juicio de los demás, (…) lo que realmente aterra al escritor  es la revelación de su propio fracaso, confiesa su inseguridad que creció desde la publicación de su última obra, a pesar de los elogios de la crítica afín. Pero el artículo tiene un tono inusual, una acritud, una acidez mordaz más acusada.

Marian no está. Sólo está mi silencio. Alguien quiere matar mi voz, que se adelgace hasta desaparecer, no chirríe más. Leo de nuevo el artículo y descubro el veneno, la contraseña en diferente cuerpo de letra.

Desde que escribo estas notas duermo mal, pienso que esta hora regalada al día de hoy ha sido una ilusión, un espejismo. Ayer no hubiera pasado esto.
 

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