El dulce Benny
El dulce Benny
(...)
Aquella mañana Pablo abandonó muy
temprano la casa. Su mujer pasó hasta el mediodía enfrascada en sus tareas domésticas y preparando la comida. Pero empezó a ponerse nerviosa cuando miró el reloj. Eran
las tres de la tarde y Pablo no había regresado aún. No le había oído marchar
por la mañana. Le resultó muy extraño sobre todo que no se hubiera llevado a Benny, el
dulce suicida cavalier king Charles, bicolor fuego oscuro y blanco, con el que
convivían desde hacía años. El perro dormía plácidamente a los pies de la cama,
del lado de Pablo. Asustada, Carmen me llamó a mí y a varios amigos y
familiares, pero nadie sabía nada de su marido.
Por fin, decidió llamar a la policía, hospitales y a otros lugares a
los que solía acudir. Ni rastro. Tanto trajín despertó a Benny, e
inexplicablemente, comenzó a gemir, a dar vueltas sobre Carmen para llamar su
atención, ladraba con un extraño timbre que más parecía un llanto desesperado. "Hasta los ojillos se le nublaron”, me
comenta. Ella pensó que tal vez quería decirle algo. Era un miembro más de la
familia y; en los últimos años, sentían por él mucho cariño y compasión. Y es que Pablo humanizaba muchas de sus acciones: lo bañaba con sumo
cuidado, le servía de la misma comida que él tomaba. Lo mimaba hasta el extremo de que parecían mimetizarse entre ellos. Ahora, ante el extraño ladrido de Benny, Carmen recordó que últimamente había descubierto en su marido una
rara manera de rascarse el cogote compulsivamente que, por un momento, le hizo
gracia porque parecía el mismísimo gesto de Benny.
Junto con
el certificado de defunción, a Carmen le entregaron un papel
arrugado hallado en un bolsillo del pantalón, con letra irregular y nerviosa.
Yo pude reconocer las formas de la caligrafía de Pablo:
Esta
mañana he despertado ovillado sobre el suelo en un rincón de la habitación. No
me explico cómo ni cuándo he caído de la cama pero estaba muy cómodo. Sentí un fuerte
picor general por todo mi cuerpo y al levantar el brazo para rascarme, he visto
aún soñoliento una pata peluda que respondía la orden de mi cerebro y se
acercaba a rozar la zona indicada. Pienso que será consecuencia de mi estado de
sueño. No recuerdo si anoche bebí alguna copa más de la cuenta. Quizá era
demasiado temprano, cerré los ojos y continué durmiendo sobre el suelo en la
misma posición. Desde allí podía oír los pasos de mi mujer por la cocina en su
habitual trasiego de platos y de tareas cotidianas. Mi olfato se llenó de
olores extraños, que nunca antes había percibido. También me llegaba el rumor
de voces desde la radio, con tertulias sobre la visita de alguien muy
importante a la ciudad.
Estaba feliz, una tranquila mañana me acunaba con placidez.
Estaba feliz, una tranquila mañana me acunaba con placidez.
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